En la fica lindante con mi casa hay dos hermosos cerezos cuya fruta nadie recoge. Por este tiempo, las lacias, colgantes hojas verdes dejan ver el rojo punteado de las oscuras cerezas . Cuando por las tardes leo a la sombra levanto la vista y veo las ramas moverse con un lento bamboleo vertical. Son los pombos, comiéndose encantados las cerezas maduras, engordando sobre el parsimonioso columpio de las ramas. Buena forma de pasar el tiempo, sí señor.
Los pombos, como por aquí se les conoce, se llaman en castellano paloma torcaz. Lo de torcaz viene de "palumbus torquatus", palomo con collar. En gallego perdió el collar (torques) pero conservó el género. El bicho en sí, sigue con su collar blanco, y con una banda también blanca, muy vistosa y resplandeciente en el vuelo, en mitad de cada ala.
A mí, el verlos engordar entre las hojas de los cerezos me despierta, por simpatía, un deseo tremendo de comerme a uno de ellos. Asado, con chalotas y cerezas. Mmmmmm! Mi hija vegetariana se horroriza: ¿cómo puedo admirar a un animal y desear al mismo tiempo, comérmelo?. Es que me gusta la naturaleza incluso al horno, le respondo, mientras le doy vueltas a la idea de trampas con redes, con liga, con trampilla...
Anteayer, como todos las días -quien tiene perro tiene obligaciones- fuí hasta el bosque, donde siempre hay pombos, que cruzan la enramada con un vuelo -top,top.top- potente y desdeñoso. Antes de salir de casa me había fijado casualmente en mi arco, que hace tiempo tengo abandonado, y se me había ocurrido que podría llevarlo, para entretenerme un poco tirando al blanco. Pero al final, por pereza, no lo llevé.
Mejor. Nada más entrar en el bosque vi en una pareja de pombos, extrañamente quietos, como adormilados, en una rama baja. Digo yo que sería la digestión de las cerezas, o así. El caso es que pude acercarme más de lo habitual, casi al pie del tronco. Como en el bosque no hay testigos, uno puede permitirse hacer el bobo con la mayor impunidad. Así que, cuidadosamente, tensé al máximo el arco que no llevaba, apunté imaginariamente al bulto gris azulado de uno de los pombos y, cuando iba a disparar mi flecha virtual, algo me detuvo.
Joder, son dos. Imposible cazarlos al mismo tiempo. Matar a uno no estaba tan mal...una vida breve pero placentera, una muerte útil...¿Hay algo mejor para un volátil? Pero...¿y el otro?.
Me lo representé, mentalmente, volviendo una y otra vez al mismo sitio. con la sorda terquedad del instinto, sin entender, repitiendo mecánicamente su búsqueda inútil. Esa desorientación insistente de los animales, atados a una conducta que reiteran ciegamente sin comprender nada, absortos en un fragmento inconexo de los sucesos, siempre me ha producido una sensación desoladora, insoportable y angustiosa.
Nada, que ya no llevo el arco y ya no cazo el pombo y ya no enciendo el horno. Ahora les estoy cogiendo algo de manía, la verdad. Viven libres, despreocupados en esta zona semiurbana donde nadie los caza, comiendo las frutas y bayas de los jardines cuando les dá la gana; sestean sin horario posados en la media sombra y a su tiempo copulan zureando guturalmente entre las ramas...¡Y aún encima dan pena! ¡Ya es demasiado! ¿no?.
3 comentarios:
No sabes como te agradezco que no te comieras el pájaro, y después nos lo hubíeses contado. Ayer hiciste algo por la naturaleza, pequeñas cosas son suficiente. Mejor un bocadillo de chorizo, no soy vegetariana, pero carne como la justa.
Pero la caza con arco y para comerse a la presa es en sí misma un acto natural. Lo malo de la caza es el abuso de superioridad y el ejercerla por el trofeo.Nosotros somos -si sabemos serlo- también naturaleza. Pero vale, esperaré por el hipotético pombo soltero
Uffff, cuanto me alegro que no llevaras arco, sólo de pensarlo y eso que las palomas aunque no sean la que pululan por las ciudades, me dan un yuyu, pero de eso a matarlas, no me gusta la caza y la carne en pequeñas dosis.
Un saludo
Publicar un comentario