miércoles, 6 de febrero de 2008

OBRA DE TALLA


Tallar madera es repetir una vez y otra vez el mismo grupo de movimientos: mientras la mano izquierda mantiene la gubia en la dirección e inclinación adecuadas, la mano derecha sostiene el mazo y, sin apretar demasiado el mango para no agotarse inútilmente, va haciéndolo oscilar, aprovechando el rebote para golpear rítmicamente la gubia.

La herramienta afilada avanza levantando una viruta que se enrosca y salta, dejando un rastro curvado, pulido por la presión del acero contra la superficie.

Pero la madera es un material irregular, compuesto de capas concéntricas de fibras que de pronto cambian de dirección en el lugar de donde alguna vez partió una rama, o un nudo, o una grieta.

A contrafibra, la gubia -y mucho más la trencha, plana- tiende a hundirse demasiado, abriendo la madera, que no se corta, sinó que se hiende, separándose antes de que llegue el filo, siguiendo no la dirección del corte, sino la de la separación de las capas de fibras.

La madera salta entonces en una astilla informe, dejando un hueco irregular, del que sobresalen las fibras desgarradas, a veces rompiendo el perfil que se estaba tallando. Desastre.

Hay que rebajarlo todo, volviendo desde atrás y variando el plan general. La blasfemia, hijos míos, es frecuente en tales momentos.

Por eso la mecánica del repiqueteo no llega a ser monótona. No se puede perder la concentración, la anticipación del comportamiento del filo durante el corte.

Uno se tiene que mover alrededor de la pieza, para variar la dirección del ataque según la disposición de la veta.

El sentido de todo esto es que intentas amoldar a una forma ideal y estructurada una materia llena de irregularidades para lo cual es preciso ser a la vez muy terco y muy flexible.

Esta es la lección de hoy.

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