Giovanni Batista Piranesi (1720-1778)
"Cárcel VII: Capricio con escale e ponte levatoio "
A mí no me emocionan demasiado las teorías conspiratorias. De hecho, y al revés que a la mayoría de sus partidarios, me resultaría bastante tranquilizador el creer de verdad que la detención de Julian Assange procede básicamente de una maquinación gubernamental.
No quiero decir con esto que considere que las ansias de venganza de las cancillerías puestas al desnudo por Wikileaks no jueguen algún papel en el asunto. Lo que quiero decir es que el proceso de detención de Assange ofrece la deplorable constatación de algo mucho peor, de algo que puede pasarle a cualquier ciudadano corriente, que por serlo no estará necesariamente en el punto de mira de ningun poder constituido ni será jamás tomado como bandera por ningún conjunto de seguidores.
Y a mí -y a vosotros supongo que también, muchachos- me resulta mucho más facil ponerme en el lugar de un pobre diablo que identificarme con un héroe de nuestro tiempo.
La denigrante acción de la fiscalía sueca es, con claridad meridiana, un ejemplo de cómo el sistema judicial de un estado democrático puede llegar a encerrar preventivamente a un hombre en un calabozo, a raíz de una simple denuncia particular presentada sin apoyo de prueba material o circunstancial alguna y que muestra, además, contradicciones evidentes.
La contaminación ideológica de raíz puritana que ha infiltrado en los sistemas legales la mentecatez de la "tolerancia cero" para aquellos casos en los que existe la llamada "alarma social" lleva inevitablemente a la maquinaria jurídica hacia el ensueño fascista -además de imposible- de una sociedad sin delito conseguida a base de extremar el rigor punitivo y de extender el campo de acción preventiva de la justicia a todo tipo de relaciones entre las personas.
A veces, las actuaciones policiales de los sistemas infectados de este ensueño malvado de la bondad son, en su rigor y en su desproporción, tan ridículas que, si no fuera por el horror de las tragedias personales que producen, uno pensaría en ellas como en episodios sacados del guión de una descalabrada película de Berlanga.
La detención -con armas y esposas- de un niño belga de diez años en los EEUU acusado por una diligente vecina de -¡horror!- haber observado con una atención excesiva orinar a su hermanita de siete es, creo, merecidamente famosa.
Y en Suecia, el país de donde procede la orden de detención del incómodo fundador de Wikileaks, hubo otro caso arquetípico en que se mezclaron a partes iguales la carnavalada fiscal y la tragedia de un inocente.
La policía sueca, avisada por la dirección de un centro escolar, sospechó la existencia de un caso de abusos sexuales sobre una pequeña de cuatro o cinco años de edad que presentaba ciertas lesiones superficiales en la zona genital.
Abierta la investigación, se alojó a la niña - que achacaba las lesiones a su perro, un labrador retriever- en un centro infantil, con objeto de aislarla de influencias que dificultasen el descubrimiento del autor, por si pudiera ser de la propia familia de la niña. Hasta aquí, uno puede estar de acuerdo con el proceso seguido por las autoridades en un caso potencialmente tan grave.
Pero, como en tantos casos, la gravedad del delito parece autorizar la ligereza para saltarse las garantías jurídicas de los sospechosos, sin tener en cuenta el daño que tal falta de escrúpulos legales pueda originar.
Asi que, aunque la pequeña seguía insistiendo en que había sido su perro quien se las había producido, la policía - a quien la explicación de la niña le parecia una fantasía infantil de ocultación- detuvo al padre de la niña y lo encarceló, manteniéndolo incomunicado en una celda bajo la acusación de abuso sexual incestuoso.
Y allí se quedó el hombre, aislado en un calabozo y sometido a interrogatorios en los que se le instaba una y otra vez a declararse como violador de su pequeña hija, la cual, al mismo tiempo, seguía repitiendo tercamente, a pesar de las argucias de las psicólogas, la increíble historia del perrito.
Se llevó a la niña a su casa, y en su cuarto, con el perro en cuestión, una mujer policía iba preguntándole a la niña los detalles, para detectar contradicciones en su versión de lo sucedido. Siguiendo el relato de la niña la mujer policía se puso a cuatro patas como si estuviese recogiendo un juguete caído bajo la cama.
En ese instante, el retriever, lanzado en persecución de la verdad -y el amor- se encaramó sobre la policía y comenzó a montarla con un vaivén escandaloso que acabó por disipar las dudas de una vez por todas.
La historia tiene su lado cómico, si olvidamos al hombre encerrado sin prueba alguna y machacado con una acusación tan radicalmente infame, y si preferimos no ver cómo un sistema legal , a fuerza de querer castigar con rigor a los culpables, llega a maltratar sin sensibilidad alguna a los inocentes. Progresando y progresando con santa imbecilidad hasta llegar a la inseguridad jurídica con la que trabajaba la Inquisición.
Y mis mejores deseos de libertad para Julian Assange, que en estos momentos espera la resolución del juez en la misma cárcel victoriana donde Oscar Wilde aguardaba el final de su proceso por sodomía. Toda una imagen de que, a los prejuicios sobre el sexo, cuando los echas por la puerta vuelven a entrar por la ventana.