miércoles, 24 de septiembre de 2008

lactarius mysticus


Ayer tarde fuí, como siempre, al bosque con el perro. Encontré bastantes setas (níscalos, lactarius deliciosus) lo cual es raro tan pronto. Las llevé a casa, las preparé con arroz y me las tomé de cena.Quizá se me haya colado algún hongo de otra variedad, porque al dormirme -muy tarde- tuve un sueño espectacular.

Estaba en el fondo de un acantilado; sus paredes me circundaban formando un enorme tubo que ascendía hasta el cielo. Del muro circular colgaban espesas y enmarañadas plantas trepadoras entre las que chorreaba continuamente agua que se pulverizaba en su caída, como en una selva tropical. Miré hacia lo alto y abrí los brazos en cruz mientras tomaba aire con fuerza.

Mis pulmones se hincharon; notaba la presión del aire en el interior del pecho, como cuando se bucea en lo hondo. De pronto, toda esa tensión de los brazos abiertos y echados hacia atràs y de la respiración contenida, se convirtió en un impulso hacia arriba, y comencé a ascender como si un hilo invisible me arrastrase en dirección al resplandor del cielo.

Sentía una sensación ambigua, entre un temor asombrado y la alegría infantil de desprenderse del propio peso, entre el arrancamiento de mí mismo y la ligereza.

Al ir llegando al borde superior el resplandor era intensísimo: todo se volvía blanco. En ese momento dije: es dios!- y me sentí lanzado hacia afuera de mí mismo, como si estallase desde dentro. Creo que grité, pero con una satisfacción extraña, una liberación sorprendente...y me desperté.

No soy creyente en absoluto, (no creo ni en la materia), pero siempre he sentido que el germen del sentimiento religioso crece en una experiencia íntima de raíz física, hincada en nuestro mismo cuerpo,y en la incomprensibilidad del cuerpo por parte de la mente.

A lo largo de mi vida he tenido dos o tres sueños espectaculares que todavía recuerdo. ¿En qué se diferencia el recuerdo de un sueño del recuerdo de un suceso real?...según dicen ahora los neurólogos, las neuronas que imaginan el futuro son las mismas que las que recuerdan el pasado.

La cúpula del hongo
ese templo pequeño
guardando los ensueños,
la locura del bosque.


Imagen digital José Espona