viernes, 15 de febrero de 2008

Labregos

En la cocina de mi vecino Nicolás, en una casa que tuve hace dieciocho años en san Tirso de Ambroa, un lugar de cuatro casas rodeadas de prados. Me cuenta la siguiente historia (que traduzco del gallego):

Un vecino de una parroquia cercana llevó, una noche, la imagen del santo -que se guardaba por turno en las casas familiares- a su maizal, para que el santo influyera positivamente en la cosecha.

Al ir a recogerla, a media noche, el santo siempre estaba un par de surcos más allá. El paisano volvía a entrar en el surco correcto y el santo volvía a encontrarse en otro. Y así toda la noche.

Nicolás se reía al contarlo. Yo pensaba que la historia era una broma, una especie de chiste; "conto" se diría en gallego. Bromeando también le digo:

-El vecino debió pasar por la taberna antes de ir al maizal ¿no?...

Pero Nicolás insiste riendo:

-O santo cambiaba de sitio, cambiaba e non era quen a collelo!

Me doy cuenta de que la broma la gastaba el santo, no Nicolás, que me cuenta simplemente una historia supuestamente verídica. En el siglo XXI todavía quedan en Galicia gentes así, con sinceras creencias medievales. La última generación de campesinos antiguos.

jueves, 14 de febrero de 2008


Ah, terca primavera
seguirás floreciendo
ante los ciegos.

sábado, 9 de febrero de 2008

jueves, 7 de febrero de 2008

LOS PANADEROS

Renegrida tahona sin ventanas de paredes ahumadas como caja de hollín
el panadero y la panadera van vestidos de gris, enharinados bajo la luz sin alma
parecen dos lechuzas que se balancean, trajinando en los cestos de tiras de castaño.
Hablan bajo en su lengua, con el terco sarcasmo de la gente paisana.

La negrura del fondo es preofunda, suntuosa; en medio de la sala hay una mesa
donde reposan densas grandes bollas de masa del color del marfil, sin cocer todavía.
Esparcida, la harina, por contraste es tan blanca que al mirarla deslumbra.
La belleza perfecta se construye a sí misma: espera, sola y sabia, a tu conciencia.

miércoles, 6 de febrero de 2008

OBRA DE TALLA


Tallar madera es repetir una vez y otra vez el mismo grupo de movimientos: mientras la mano izquierda mantiene la gubia en la dirección e inclinación adecuadas, la mano derecha sostiene el mazo y, sin apretar demasiado el mango para no agotarse inútilmente, va haciéndolo oscilar, aprovechando el rebote para golpear rítmicamente la gubia.

La herramienta afilada avanza levantando una viruta que se enrosca y salta, dejando un rastro curvado, pulido por la presión del acero contra la superficie.

Pero la madera es un material irregular, compuesto de capas concéntricas de fibras que de pronto cambian de dirección en el lugar de donde alguna vez partió una rama, o un nudo, o una grieta.

A contrafibra, la gubia -y mucho más la trencha, plana- tiende a hundirse demasiado, abriendo la madera, que no se corta, sinó que se hiende, separándose antes de que llegue el filo, siguiendo no la dirección del corte, sino la de la separación de las capas de fibras.

La madera salta entonces en una astilla informe, dejando un hueco irregular, del que sobresalen las fibras desgarradas, a veces rompiendo el perfil que se estaba tallando. Desastre.

Hay que rebajarlo todo, volviendo desde atrás y variando el plan general. La blasfemia, hijos míos, es frecuente en tales momentos.

Por eso la mecánica del repiqueteo no llega a ser monótona. No se puede perder la concentración, la anticipación del comportamiento del filo durante el corte.

Uno se tiene que mover alrededor de la pieza, para variar la dirección del ataque según la disposición de la veta.

El sentido de todo esto es que intentas amoldar a una forma ideal y estructurada una materia llena de irregularidades para lo cual es preciso ser a la vez muy terco y muy flexible.

Esta es la lección de hoy.