martes, 17 de mayo de 2011

domingo, 8 de mayo de 2011

BUXO

El otro día entre en la caseta de una antigua finca abandonada. Su dueño murió hace mas de quince años y nadie ha vuelto por allí. La puerta había sido derribada por un grupo de hiphoperos que se han dedicado a pintarrajear los muros de bloque -y hasta algún árbol, los muy cretinos-  con esos letreros tan, tan originales que ahora uniformizan hasta el hastío las paredes de cualquier paisaje urbano del mundo.

Dentro ví sólo basura, herramientas inservibles, cuerdas enredadas, maderas que se amontonaban pudriéndose...Pero en un rincón había algo que me llamó la atención: unos troncos de corteza levemente rugosa, cuyo corte, a pesar del polvo y las telarañas, mostraba un color amarillento, cálido, como de marfil, que reconocí al momento. Era una partida de leños de boj, algo más de una docena. Y algunos bastante gruesos.

Quien conozca la madera sabe que eso es un tesoro. Un tesoro que cualquier hipotético tarugo que entrase allí como entré yo utilizaría para quemar, sin tener en cuenta que en cada uno de los  anillos que apretándose conforman su materia  hay un año de terco, lentísimo crecimiento.

Ahora ya no habrá hoguera. Están conmigo en el estudio. Voy a pulirlos uno por uno para buscarles la luz que tienen; una luz que puede entrar por los dedos. Eso sí que es fuego eterno, fuego del bueno.