Foto José Espona. Museo de Historia Natural de Berlín.
Esa mirada -esa imitación de una mirada- me hace recordar un pecio de Ferlosio que decía algo así como: "Aún muerta y colgada de un gancho conservaba la liebre toda su dignidad".
América, tan avanzada, ha adelantado más que ningún otro país en la moderna identificación entre religión y salud. Entre los no creyentes (y entre los creyentes también), los médicos sustituyen a los clérigos y la salud del cuerpo suplanta a la vieja virtud.
Esta cargante irrupción del cientifismo .piénsese en el papel que juega como soporte de la política sobre drogas- tiene sus rebeldes, afortunadamente. Herejes que todavía asumen la condenación de que de algo hay que morir.
El cineasta Jim Jarmusch -uno de estos espíritus díscolos- muestra a diversas parejas de famosos del cine y la música -nadie es perfecto- en pleno pecado. Ahí dejo la de Tom Waits, en plan cuentista y un Iggy Pop que, de paisano, no parece otra cosa que un buen chico.
Tom Waits nació con una voz imposible para cantar, o se le fué poniendo así, no lo sé. A veces, cuando empieza una canción, en vez de dar la nota prevista, deja escapar un crujido grave hasta el absurdo, que busca inútilmente la afinación. Uno piensa entonces que varios minutos de esa voz se harían insoportables.
Pero el hombre insiste, consigue ir adaptando el ronco, melancólico estertor que le sale de la garganta en algo, algo borroso, nublado, húmedo y áspero a la vez que, si no es capaz de acertar exactamente con la melodía, sí se adapta como un guante de seda a la emoción.
Y entonces vemos que ese camino tortuoso y atacado de maleza, era más hermoso y más feliz que las asfaltadas pistas de las voces triunfadoras, que no es sólo un atajo, trabajoso pero más rápido, sino un camino con dirección propia que llega a donde los otros no te llevarán nunca.