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lunes, 23 de noviembre de 2009

GAUCHO


Los gauchos, gente a caballo del siglo XIX, sabían acumular cicatrices en el cuerpo y en el alma con un estoicismo lacónico, capaz de llegar hasta la brutalidad más salvaje en las peleas a cuchillo y poncho de las pulperías, o las cargas a galope tendido que remataban en degollina general de prisioneros a lo largo de las inacabables guerras civiles en las que se prolongó la conquista de la independencia.

Trabajadores del campo, a sueldo de los estancieros, acumulaban duelos y cansancios en una vida errante similar a la de los vaqueros del Oeste norteamericano. Borges tiene un buen puñado de cuentos sobre esta gente, tan distinta de los sindicalistas vitalicios de melena plateada que aporrean el bombo con frenesí patriótico, ya sea en una manifestación peronista o en cualquier otro encuentro deportivo en el que se cuestione la grandiosidad del país pampero.

Y todo esto viene a cuento de habérseme venido a la memoria estos versos de una canción, creo que de José Larralde:

Naide salió a despedirme
cuando me fuí de la estancia
Solamente, el ovejero.
Un perro: cosas que pasan.


Es como un haiku, un haiku amargo y sobrio ¿no?