[En la antigua Roma} Por la calle, no era nada fácil apreciar la diferencia entre un individuo libre y otro que no lo fuera: solía ocurrir que los esclavos salían de casa cubiertos de oro para presumir, mientras que los ciudadanos libre se ponían el primer trapo que encontraban.
Gibbon cuenta que un buen día se presentó en el Senado una moción que pretendía poner punto final a aquella escandalosa situación y votar a favor de un uniforme reglamentario para todos los esclavos.
El Senado desestimó la propuesta no porque amase la democracia sino justamente por todo lo contrario: los esclavos, ataviados todos ellos con uniformes, se darían cuenta de inmediato de su abrumador número.
( WISLAWA SZYMBORSKA: "Lecturas no obligatorias" pag. 47, Ed. Alfabia)