domingo, 6 de enero de 2008

exploradoras

Periódicamente se publican artículos para desvelar la existencia, supuestamente olvidada aunque periódicamente recordada por estos mismos artículos, de mujeres exploradoras. Son una media docena, quizá hasta docena y media de mujeres ya conocidas casi por todo el mundo, que parecen apuntalar la idea de que, aún ocultadas, las mujeres han tenido un papel activo e importante en este campo de la expansión occidental.

Pero no, no es cierto. Por muy meritorios y sorprendentes que sean estos contados ejemplos de aventureras, no resisten la comparación, ni en importancia ni en cantidad, con las decenas de exploradores conocidos ni con los centenares de exploradores anónimos que al servicio de los ejércitos, las compañías comerciales o los servicios de espionaje y diplomacia recorrieron las más recónditas y hostiles regiones del globo desde más o menos el siglo XV.

No hay igualdad entre hombres y mujeres en este -y otros- ramos de la fabricación de la Historia Universal. Las fazañas y laureles son netamente masculinos en su estilo y en su terca actividad.

Pero no es cuestión, para las mujeres, de desmentirlo ni de lamentarse por ello si tenemos en cuenta el cúmulo de dolor, de injusticia y de civilizadora barbarie que estas aventuras acabaron por colocar como sórdidos cimientos de la unificación del mundo.

Desde un punto de vista pacífico y objetivo, es mucho más positivo el balance de lo conseguido para el bienestar del prójimo por las señoras que se quedaron en su tierra tricotando, batiendo la mantequilla o pintando a la acuarela.

Pero entendamos -para salirnos de la dicotomía entre lo feminista y lo patriarcal- que estas mujeres están acompañadas en la no-historia por aquellos varones dedicados a destripar terrones, cepillar tablas o tocar el flautín sin meterse en peligros, ni distancias, ni heroísmos.

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